Alberto Cortés es, sin duda, uno de los artistas más destacados de la escena teatral española. En “Analphabet”, da vida a un fantasma romántico a orillas del mar: una figura que canta, narra y cuestiona la idea de pareja. Este espíritu —a la vez poético, queer y trágico —emerge de la fractura amorosa, cargando una herida que no cicatriza, un lenguaje que tropieza, un romanticismo que insiste en sobrevivir.
Cortés inventa el mito de una entidad que visita parejas en crisis, no para curarlas, sino para revelar lo que está oculto / exponerlas. Su presencia ilumina el abismo emocional que llamamos “relación”, desvelando las violencias – sutiles o explícitas – que circulan en el amor, sobre todo en relaciones queer aún atravesadas por estructuras patriarcales.
El espectáculo se construye como una canción desgarrada, un poema encarnado, un grito de advertencia y deseo. Inspirado por paisajes del romanticismo alemán y por la densidad emocional andaluza y vasca, el fantasma de “Analphabet” no busca reconciliación, pero ofrece antes una apertura. Más que una obra de teatro, “Analphabet” es una evocación poética. Una presencia molesta que murmura a los amantes distraídos. Un aviso lírico de que el amor, para ser lugar de cuidado, tiene que ser reescrito desde la fragilidad, y no a pesar de ella.
